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8 de agosto de 2013

Género y educación superior. Los estados

Uno de los datos más impresionantes en la distribución por sexos de la matrícula de educación superior es que la participación de hombres y mujeres se ha mantenido constante en los últimos diez años. En el 2000 la población escolar conjunta de técnico superior universitario, licenciatura y educación normal sumaba 1,918,948 estudiantes, la distribución por sexo era de 50.5 por ciento hombres y 49.5 por ciento mujeres. Para el 2010 la cifra de alumnos en el nivel llegó a 2,773,088, esto es más de ochocientos mil más que al inicio del siglo. Pero la proporción de hombres y mujeres se mantuvo idéntica, variando apenas una décima a favor de ellas.

La pauta de estabilización de las proporciones masculina/femenina en la matrícula de educación superior significa, por lo pronto, que la tendencia de feminización de la población escolar del nivel, que se desencadenó a partir de los años ochenta, ha cesado en sus efectos cuantitativos más evidentes.
En México, la incorporación de mujeres a las instituciones de educación superior ocurrió a pasos acelerados: en 1980 representaban menos del 30 por ciento de la población de licenciatura pero, desde entonces, agregaron cada año un punto porcentual a su representación: en 1985 ya eran el 35%, en 1990 el 40% y en 1995 el 45%.
 
Aunque algunos autores describieron el proceso como “feminización” de la matrícula, lo que ocurrió realmente fue la simultánea expansión de la población de mujeres y la contracción de la masculina. Por alguna razón, que por cierto no es obvia, los varones comenzaron a eludir los estudios universitarios. En algunos años, durante la segunda mitad de los ochenta, fue menor el primer ingreso de hombres que en el año precedente. ¿Respondía ese comportamiento a un contexto de crisis económica en el que, pese a todo, había oportunidades laborales para los jóvenes en el sector informal?
 
En los años noventa prosiguió la tendencia de incorporación de una mayor número de mujeres que de hombres al sistema, pero al finalizar ese periodo, y con mayor intensidad en el decenio subsecuente, el contingente de estudiantes hombres recuperó el ritmo de crecimiento en la matrícula que había perdido, de modo tal que la incorporación de mujeres y hombres al sistema durante la década anterior fue prácticamente igual.
 
La situación en los estados es relativamente similar a la que se observa en el plano nacional. Al tomar como punto de referencia el equilibrio perfecto entre las proporciones de hombres y mujeres, la variación entre los estados es mínima. Sólo en dos entidades federativas la proporción de mujeres es inferior al 48 por ciento: Coahuila (46.4%) y Sonora (47.9%). En el rango entre 48 y 49 por ciento se ubican diez estados: Chiapas, Chihuahua, Nuevo León, Querétaro, Quintana Roo, Sinaloa, Tabasco, Tamaulipas, Veracruz y Yucatán. En cambio, en Aguascalientes, Guanajuato, Guerrero, Hidalgo y Tlaxcala, la proporción de mujeres supera el 51 por ciento.
 
 
¿Cómo se explican las diferencias entre los estados?
 
Estas ligeras diferencias obedecen a factores distintos: en entidades con una matrícula tecnológica amplia o con sistemas privados cuantitativamente relevantes se tiende a sesgar la distribución respectiva a favor, en el primer caso, de los hombres, y en el segundo, de las mujeres. Como pauta general, en los sistemas privados la presencia femenina es mayoritaria. A nivel nacional, la proporción femenina en las IES particulares promedia el 54 por ciento, aunque en varias entidades dicha proporción supera la cuota de 60 por ciento: Baja California Sur (61.2%), Nayarit (62.6%) y San Luis Potosí (60.5%). En cambio, en el sistema público, únicamente en Colima, Guerrero, Hidalgo, Tlaxcala y Zacatecas las mujeres son mayoría en la matrícula total.
 
¿Por qué participan menos mujeres que hombres en el sistema público de educación superior del país? Sólo hay una explicación plausible: la insistencia de las políticas públicas de los últimos años en reforzar el segmento tecnológico, el cual, como mostramos hace una semana, sigue siendo una opción predominantemente masculina. Una política con enfoque de género no debiera obviar esta dimensión: las preferencias vocacionales y profesionales entre hombres y mujeres son distintas. Por ello, continuar apuntalando aquellas opciones educativas en que son predominantes los varones, inevitablemente tiende a reproducir sesgos de género que ya debiéramos superar.

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