Recientes declaraciones del subsecretario de Educación Superior, doctor
Rodolfo Tuirán Gutiérrez, acerca del éxodo de profesionistas mexicanos hacia
Estados Unidos, han vuelto a colocar en el terreno de los medios el tema de la
fuga de cerebros. La mayor parte de la prensa destacó los datos proporcionados
por el funcionario de la SEP a través de los cuales se hace notar la
persistencia e intensificación del fenómeno, así como la urgencia de perfilar
nuevas políticas y acciones concretas para contender con éste.
El subsecretario mencionó, por ejemplo, que la emigración de profesionistas
“ha tenido un incremento de aproximadamente 153 por ciento al pasar de 411 mil a
un millón 39 mil.” Dentro de este grupo, se especifica a los posgraduados que,
en el mismo periodo temporal, aumentaron de 62 mil a 150 mil, lo que significa,
en palabras de Tuirán, “una sangría muy significativa para México, sobre todo en
un país que tiene como nivel de escolaridad promedio 8.6 años.”
Desde luego es saludable poner en el debate público el ángulo cuantitativo
del proceso de migración de talentos hacia fuera del país. Desde luego tiene
razón Tuirán al señalar que el fenómeno implica una pérdida de recursos humanos
muy significativa, y que la economía nacional está perdiendo oportunidades al no
contar con la capacidad de aprovechar este talento para encauzar una renovada
fase de crecimiento y desarrollo. Eso no se discute.
Lo que sí vale la pena matizar es que la migración de personas con alta
escolaridad y capacidades productivas no es, en modo alguno, un proceso aislado.
Forma parte de una corriente migratoria gigantesca –la mayor del mundo-
representada por el éxodo de mexicanos hacia el vecino país. Al día de hoy viven
en Estados Unidos aproximadamente 12 millones de personas nacidas en México. La
cifra exacta es desconocida porque al menos la mitad de ese volumen se integra
por migrantes indocumentados y porque la corriente migratoria es, al menos
parcialmente, de tipo estacional.
Esto quiere decir que la “fuga de cerebros mexicanos” es, básicamente, un
componente de un proceso de mayor amplitud, la “fuga de mexicanos”. Los
nacionales están emigrando a Estados Unidos por muchas razones: falta de
oportunidades, falta de trabajo, temor a las condiciones de inseguridad
prevalecientes, o simplemente ante la expectativa, pocas veces cumplida, de
acceder a un nivel de vida de mayor calidad.
En el conteo de los migrantes mexicanos según su escolaridad se conjuntan
múltiples situaciones. Por ejemplo, del total de nacidos en México, que viven en
Estados Unidos y que cuentan con educación superior, hay un grupo que estudiaron
en México y otro grupo, nada pequeño, que emigraron con sus padres y cursaron
estudios en Estados Unidos, a veces desde la primaria. El arquetipo de los
profesionistas o posgraduados que al egresar de las IES mexicanas deciden
emigrar a Estados Unidos porque no encuentran trabajo en México probablemente se
cumple en algunos casos, pero no en todos y tal vez ni siquiera es la corriente
mayoritaria dentro de las cifras globales.
Según la encuesta continua de hogares en Estados Unidos, del total de nacidos
en México que viven en ese país (los doce millones ya referidos), poco menos de
un millón terminó la educación superior (ya sea en México o en Estados Unidos) y
cerca de 150 mil el posgrado. Del total de posgraduados, aproximadamente 13 mil
mexicanos que viven allá cuenta con el nivel de doctorado. De ello, los 13 mil,
más o menos la mitad ha tenido acceso a posiciones laborales satisfactorias, por
ejemplo en universidades, en centros de investigación o en empresas de
desarrollo tecnológico.
De acuerdo al sistema de visas estadounidenses, las empresas de ese país han
gestionado, para mexicanos, un promedio de diez mil visas por año en la
categoría H1B, que corresponde a empleos de alta calificación que exigen la
mayor escolaridad posible. A esa cifra cabe agregar la aproximadamente 20 mil
visas TLCAN para profesionistas mexicanos, lo que totaliza unas 30 mil visas por
año, como promedio de la década. Esa sería, digamos, la magnitud de la atracción
de talento mexicano por la vía de las ofertas formales de trabajo.
De gran interés en la consulta de fuentes sobre el tema, los datos
recientemente dados a conocer por la Secretaría de Relaciones exteriores acerca
de la distribución por escolaridad de las personas beneficiadas con la Matrícula
Consular. Este documento, como se sabe, tiene propósitos de identificación para
los migrantes pero no sustituye ni al pasaporte ni a la visa. Las matrículas
entregadas a personas con escolaridad superior representa apenas el uno por
ciento del total, como se puede ver en la tabla anexa.
En resumen, la fuga de cerebros mexicanos presenta condiciones y
características sui géneris. Por ello, vale la pena seguir ahondando el tema.