Con el título “The social mission of medial education: ranking the schools”,
un grupo de investigadores de la Universidad George Washington, comandados por
el doctor Fitzhugh Mullan, publicó en la connotada revista Annals of Internal
Medicine (volumen 152, número 12, páginas 804-811, 06/2010), un interesante
estudio que se propone explorar hasta qué punto las escuelas de medicina de
Estados Unidos están preparadas para generar el tipo de profesionales médicos
que supone y requiere la reciente reforma del sector salud iniciada por el
presidente Barack Obama.
Como se recordará, en marzo de este año el presidente, con la venia del
Congreso, decretó los instrumentos legales de la reforma de salud comprometida
desde su campaña. Éstos son la Patient Protection and Affordable Care Act
(PPACA), así como la Health Care and Education Reconciliation Act (HCERA). La
reforma tiene un alcance significativo en torno del propósito de alcanzar la
universalización de los servicios de atención a la salud en ese país. Además de
expandir la considerablemente la cobertura de los esquemas de salud pública
Medicare y Medicaid, fija nuevas reglas de operación para las compañías de
seguros y para los proveedores privados en el ramo.
Aun los críticos del modelo, que cuestionan la validez de esa vía para
alcanzar el objetivo de la universalización, coinciden en que la reforma es un
paso adelante en la dirección correcta. Así, la administración Obama logró
anotarse un tanto importante en la siempre requerida base de legitimidad y
popularidad de su gobierno.
Pero entre las cuestiones pendientes sobresale la formulada por los autores
del estudio: dada la orientación hacia las especialidades de las principales
escuelas de medicina en Estados Unidos, ¿de dónde habrán de surgir los cuadros
profesionales que se necesitan para cubrir la demanda de servicios básicos de
salud, la atención médica de primer nivel, es decir, la consulta médica de
contacto inicial, las enfermedades epidémicas, las de la pobreza?
Con esas preguntas en mente, los investigadores establecieron un conjunto de
indicadores a partir de la estimación del porcentaje de graduados en medicina
que trabajan en localidades con una alta proporción de “minorías” (población
afroamericana, hispanoamericana, blancos en condición de pobreza, etcétera), y
en localidades que se caracterizan por la escasez de servicios médicos. El
análisis se realizó con datos sobre graduados de las generaciones 1999 a 2001.
Se tomó en cuenta también la escuela de procedencia de los médicos que
cumplieron residencias en el National Health Services Corps.
Además, se sistematizaron datos de la Asociación Médica Americana para
calcular la proporción de graduados que practican atención primaria. Estos
datos, junto con información sobre el perfil socioeconómico de los médicos
graduados, permitieron a los autores establecer un ranking de escuelas de
medicina que mide y compara la aproximación de las escuelas de la disciplina a
la misión social que propone la reforma del sistema de salud.
Los resultados son sorprendentes. En los diez primeros lugares de la
clasificación figuran escuelas con escasa o nula reputación en el ambiente
médico, y sin ninguna presencia en los rankings de escuelas y programas de
medicina que se publican en Estados Unidos o en el extranjero. Éstas son, en
orden de prelación: la Morehouse School of Medicine (Georgia), el Meharry
Medical College (Tennessee), la Howard University (Washington, DC), la Wright
State University Boonshoft School of Medicine (Ohio), la University of South
Alabama (Alabama), la Escuela de Medicina de Ponce (Puerto Rico) y el University
of Iowa Carver College of Medicine (Iowa).
En contraste, en los últimos lugares de la clasificación figuran las escuelas
de medicina más renombradas, más caras, y con mayor presencia en los rankings:
en el orden descendente que va de las posiciones 200 a 208 figuran la Escuela de
Medicina de la Universidad de Loyola (Chicago), la Universidad de Pennsylvania,
el Medical College de Wisconsin, el Albany Medical College (New York), la
Universidad de Columbia, la Universidad de Texas, la Universidad Duke (North
Carolina), la Universidad de Stanford (California) y en último lugar la
Universidad Johns Hopkins (Maryland). O sea, el mundo al revés.
El estudio es irreprochable en su método y técnica de medición. Los autores
son académicos acreditados y la revista en que el estudio se publicó es una de
las principales en el mundo. Por ello, los resultados han provocado una
importante polémica. En la página en que se publica el artículo
(http://www.annals.org/content/152/12/804.full) aparecen junto al mismo un
importante número de réplicas formales (letters), así como un también cuantioso
volumen de comentarios informales.
Dejando a un lado la polémica de los académicos y funcionarios universitarios
de Estados Unidos, lo cierto es que este tipo de ejercicios (los rankings
alternativos) ofrecen una nueva vía de respuesta a la supuesta o real hegemonía
de las clasificaciones universitarias basadas exclusivamente en la reputación de
las instituciones, o en la producción académica de los investigadores.
Preguntarse hoy por el grado en que las universidades cumplen su misión social
es colocar sobre la mesa una cuestión central. Vale la pena poner el acento en
este último punto. Ojala que en nuestro medio pronto aparezcan ejercicios de
esta clase.
PD. Agradezco al colega Brian Pusser, de la Universidad de Virginia, la
información sobre el ranking aquí reportado, así como sus pacientes
explicaciones sobre la reforma del sistema de salud en Estados Unidos.