La semana pasada comentamos aquí los resultados del ranking internacional
basado en el índice sobre economía del conocimiento (KEI, por sus siglas en
inglés) elaborado por el Banco Mundial (BM). Para México se tiene un resultado
global de 5.45, en una escala de diez puntos, lo que sitúa al país en la
posición 59 entre los 134 países calificados.
Hay más resultados en el ranking KEI, que se refieren al desempeño de la
economía y las políticas públicas en cuatro grandes áreas: el régimen de
instituciones e incentivos económicos, el sistema de innovación, el acceso
social a los servicios educativos, y la infraestructura de cómputo y
telecomunicaciones de los países. Cada una de estas áreas es medida a través de
múltiples indicadores, los resultados se promedian, se generan calificaciones
por área y se establece un promedio de promedios, el cual genera los resultados
para el KEI.
Veamos los resultados de México en cada área. En la primera (régimen de
instituciones e incentivos económicos), son tomados en cuenta tres aspectos: la
existencia de barreras (arancelarias y no arancelarias) al comercio
internacional, con base en el supuesto de que mientras menos barreras existan,
mayor es la posibilidad de facilitar la participación de las empresas del país
en la economía global; el segundo indicador se refiere a la calidad regulatoria
de los procesos que involucran la importación y exportación de productos y
servicios, y el tercero, denominado en inglés rule of law, remite a la capacidad
del Estado de gobernar, mediante reglas e incentivos, los procesos de la
economía. La puntuación de México en este conjunto de aspectos fue de 5.38
puntos sobre diez, con lo que ocupa el lugar 63.
La segunda área (sistema de innovación) es medida también con tres
indicadores: la balanza de pagos en regalías de patentes, marcas registradas y
otros derechos, con la idea de que las economías de conocimiento más
desarrolladas tienen saldos positivos significativos; el número de patentes
reconocidas por la Oficina Estadunidense de Patentes y Marcas Registradas, y el
número de artículos científicos y técnicos que genera la planta de científicos y
académicos de cada país. México obtuvo un promedio de 5.82 puntos y el lugar
número 52 en el conjunto de países. Por cierto, fue el área en que registró
mejor desempeño.
La tercera área (educación) toma en cuenta el promedio de analfabetismo
nacional, la cobertura de la educación media y la cobertura de la educación
superior. Sorprendentemente, ésta fue el área en que México salió peor librado:
un promedio de 4.85 puntos y el lugar 73. Da para pensar que en este rengló la
posición de México aparezca por debajo de la primera mitad de la lista de países
con una puntuación tan baja. Sería un indicador de rezago relativo, es decir, la
evidencia de que los resultados de las políticas públicas en educación se están
quedando cortas en la comparación con los logros que se obtienen en otras
regiones y países.
La cuarta área, construida a partir de datos per cápita sobre el número de
líneas de telefonía fija y celular, el número de usuarios de internet y la
cantidad de computadoras por persona, da para México un promedio de 5.77 puntos,
con lo que ocupa la posición 57 en el elenco de los 134 países evaluados.
Total que, en materia de competitividad dentro de la arena de la economía del
conocimiento, ocupamos una posición preocupante, y mucho al tomar en cuenta nuestro desempeño en el área
educativa. Algo se está haciendo mal o lo que se está haciendo bien es
insuficiente para impulsar este campo hacia umbrales que permitan a la economía
mexicana ser más competitiva.
Por supuesto, un ranking es un instrumento demasiado burdo y grueso para
profundizar en la comparación. Pero quizás da señales como para emprender un
análisis comparativo que, en efecto, permitiera diagnosticar los puntos críticos
de la política educativa nacional en la comparación internacional. Es un
ejercicio que valdría la pena hacer.
Hablando de asuntos internacionales, se celebró esta semana el seminario Fuga
de cerebros: movilidad académica y redes científicas, coordinado por Sylvie
Didou y Etienne Gérard, en las instalaciones de la Rectoría General de la
Universidad Autónoma Metropolitana. El seminario contó con la participación de
reconocidos especialistas mexicanos y de varios otros países y sirvió para
ventilar la problemática de la fuga de cerebros en distintas regiones del mundo,
con énfasis en América Latina, para discutir su dimensión actual en distintas
variantes (circulación de talentos, pérdida de recursos humanos de alta
calificación, nuevas dinámicas en el proceso de migración internacional de
académicos y científicos, entre otras), y para discernir alternativas en el
plano de las políticas públicas.
En la sesión inaugural se contó con la presencia e intervención del
subsecretario de Educación Superior, Rodolfo Tuirán. Además de alto funcionario,
Tuirán es un demógrafo de primer nivel, dato importante para ponderar los datos
que presentó en su discurso: que más de 800 mil mexicanos que viven en el
extranjero cuentan con estudios posteriores a la media superior (estudios
superiores completos o incompletos, especializaciones, grados universitarios o
posgrado).
Esa cifra es, sin duda, relevante al contrastarla con la del número
de profesionistas en el país: según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo,
la cifra de profesionistas mexicanos hacia el tercer trimestre de 2008 sería de
5.6 millones. O sea que al menos una sexta parte de quienes ha formado el
sistema de educación superior han emigrado. Discutamos esto la próxima semana.