La semana pasada, a raíz del seminario Fuga de Cerebros: movilidad académica
y redes científicas, coordinado por Sylvie Didou y Etienne Gérard, se ventiló en
medios un añejo debate: la migración de científicos y otros profesionales al
extranjero como indicador el la incapacidad de la economía nacional de
aprovechar recursos humanos formados con una alta inversión pública y la pérdida
de oportunidades para el eventual desarrollo del país.
Más de un centenar de notas en diarios nacionales y locales merecieron las
declaraciones del subsecretario de Educación Superior, Rodolfo Tuirán Gutiérrez,
doctor en sociología y Premio Nacional de Demografía en 2004, en el sentido en
que la cantidad de mexicanos con educación superior que trabajan en el
extranjero es del orden de cientos de miles de personas.
Por el contexto, los
medios identificaron el dato como una expresión de la fuga de cerebros mexicana
y adelantaron interpretaciones acerca del preocupante desperdicio de recursos
públicos en la formación de estudiantes de nivel superior y sobre la pérdida de
oportunidades para que en México se consoliden procesos de innovación,
transferencia tecnológica y mejores cimientos para transitar hacia la economía
del conocimiento.
Otros medios cuestionaron, por inefectivas, las respuestas que el Conacyt ha
generado para recuperar o aprovechar los talentos perdidos. El propio Juan
Carlos Romero Hicks, director general del organismo, salió al paso del debate
para afirmar que en México no existe una “fuga masiva de cerebros”, como lo
prueba el hecho de que aproximadamente 70 por ciento de los becarios de posgrado
regresan a México (Notimex, 03/03/2009).
¿Hay o no hay fuga de cerebros? ¿De qué tamaño? ¿A dónde se dirige? ¿En qué
se coloca? ¿Cómo se organiza? ¿Es circular o permanente? Son preguntas que vale
la pena abordar para discernir, en primer lugar, la importancia del fenómeno,
pero también para discutir, en su caso, algunas opciones de política pública.
1. La migración de México a EU, ¿diáspora o mercado laboral
binacional?
México es hoy el país con la mayor cantidad de emigrantes (Organización
Internacional para las Migraciones, 2008; OCDE, 2008; Banco Mundial, 2008). Las
estimaciones más conservadoras estiman que aproximadamente 11.5 millones de
individuos nacidos en México residen temporal o definitivamente, con papeles o
indocumentados, en otro país. Este dato puede interpretarse, en primer lugar, a
la luz del volumen migratorio mundial: según la oficina de estadísticas de las
Naciones Unidas, la proporción actual de emigrantes ascendía en 2005 a 3 por
ciento de la población planetaria. En México, el mismo año, más de 10 por ciento
de quienes nacieron en el país residían en otro, esto es una proporción al
triple del referente mundial. También puede deducirse que 6 por ciento de los
migrantes del mundo son mexicanos, o casi uno de cada quince (ONU, 2007).
Sólo en Estados Unidos, reporta la encuesta continua de hogares del Buró del
Censo (American Community Survey), la población mexicana residente en sumaba 11
millones 424 mil 600 personas en 2007, cantidad equivalente a 2.8 por ciento de
la población total estadunidense, casi un tercio de la migración internacional y
más de la mitad de los migrantes irregulares en ese país.
La misma fuente indica
que la población de “origen mexicano”, que es el total de migrantes
naturalizados y sus hijos (quienes pueden haber nacido en Estados Unidos),
migrantes con el estatus de residencia legal permanente, migrantes con
residencia temporal autorizada por motivos de trabajo, estudio o negocios, y
migrantes indocumentados, llega a 28 millones 165 mil 623 individuos, lo que
equivale a una décima parte de la población total estadunidense y representa ya
la primera minoría de origen migratorio en el vecino del norte.